La guitarra al servicio de la memoria que toca Juan Francisco Ortiz, hijo de una víctima republicana del holocausto nazi

​ La guitarra al servicio de la memoria que toca Juan Francisco Ortiz, hijo de una víctima republicana del holocausto nazi
Con un concierto en el toledano Museo Sefardí, el músico franco-español y su hijo David homenajearon a los represaliados por el régimen de Adolf Hitler con motivo del Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto.

TOLEDO.- El guitarrista franco-español Juan Francisco Ortiz quería recordar y evocar a su padre, Francisco Ortiz, preso número 4252 en Mauthausen-Gusen (Austria), en el concierto que este jueves ofrecía en el Museo Sefardí de Toledo, y que se convertía a su vez en un homenaje a los españoles que fueron deportados a los campos de exterminio nazi.

« Que me inviten para recordar la historia es un orgullo », señalaba Ortiz en una entrevista con motivo de su concierto en Toledo el Día de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto.
Juan Francisco Ortiz ya tiene tablas en poner su música « al servicio de la memoria »; ya lo hizo en 2015 tocando en el Memorial de Mauthausen en el 70 aniversario del campo, un año después del fallecimiento de su padre, natural de Santisteban del Puerto, un pueblo de Jaén.

Tras su muerte, Ortiz se preguntó qué podía hacer con las pocas cosas que su progenitor se había traído del campo de concentración -una bandera firmada por sus compañeros presos, un jersey hecho a mano y una pistola que robó a las SS- para protegerlas del olvido y se le ocurrió ofrecérselas al museo a cambio de tocar.
Su padre, Francisco Ortiz, se alistó con apenas 16 años en el Ejército republicano y, una vez perdida la guerra, partió a Francia para seguir luchando contra el fascismo con la idea de que, algún día, podría derrocar al dictador Francisco Franco, pero fue capturado por los alemanes y deportado a Mauthausen, donde estuvo preso durante cuatro años « muy difíciles », relata su hijo.


Un día, los nazis lo apalearon hasta darlo por muerto y los amigos de Francisco Ortiz, también prisioneros, lo escondieron en la parte baja, llamada el campo de los rusos, donde había una enfermería. El jienense sobrevivió a base de azúcar, leche y pasta, alimento que se negó a volver a probar durante el resto de su vida.

Una vez liberado por los Aliados, su siguiente destino fue Francia, pues no pudo regresar a España, y allí se casó y crió a su hijo, Juan Francisco, que se relacionó desde niño con los amigos expresos de su padre y asegura que la emoción de esas historias nunca se va.
« Son un trauma que también repercute a los familiares. Toqué en un concierto en la cárcel de Carabanchel (Madrid) y el público que acudió había tenido algún familiar preso ahí. Al final del concierto venían llorando, abrazándose entre ellos », asegura.
Juan Francisco pudo pisar España en el año 1961 por un decreto que consintió el regreso de los hijos de los exiliados. Fue un viaje de verano a casa de su tío Aurelio durante el cual, finalmente, pudo conocer el pueblo de su padre, a su familia paterna e, incluso, a su futura mujer. Y, además, se compró una guitarra.

El arte le viene desde pequeño, su padre era cantante de flamenco, aunque cuando a los 17 años le comunicó oficialmente que quería vivir de la música la reacción familiar « fue un drama ».

« Mi padre, después de lo que vivió, quería que yo fuera médico o abogado, algo serio. Mi suerte fue que a París llegaron muchos artistas huyendo del franquismo y conocí a maestros buenísimos que me enseñaron de una forma muy hermosa », recuerda Ortiz, que fue alumno del virtuoso Andrés Segovia.

Ortiz no se considera una « figura muy famosa » pero ha trotado « por todo el mundo » y ha compartido público en Costa Rica con Paco de Lucía y en Chile con Manolo Sanlúcar y con Carmen Linares: « Cuando viajo a un país y me encuentro con un músico, no hace falta hablar. Nos entendemos. La música es universal y de un humanismo mayor ».

El guitarrista, que ha ejercido como docente durante más de cincuenta años, lo ejemplifica con una clase que dio en el conservatorio Ho Chi Minh de Vietnam, que pudo impartir « sin ningún problema » pese a las barreras culturales e idiomáticas.
Rememora al músico argentino y gran pianista Daniel Barenboim, que consiguió hacer una orquesta juntando a palestinos y judíos, un « ejemplo magno de lo que representa la música », opina Ortiz, a quien le parece « increíble » que, a día de hoy, todavía haya gente que niegue lo ocurrido en los campos porque, a su entender, « la humanidad no tiene memoria ni aprende ».
El guitarrista, que ahora tiene 75 años, sigue dando conciertos a pesar de llevar ocho años jubilado y este mismo jueves, acompañado en el escenario por su hijo David, ofrece de manera gratuita al público un repertorio que él llama su programa de la memoria, que hay que luchar « por mantener », incide.

En él, evoca a su padre y al campo de Mauthausen con Historia de una bandera, una obra compuesta por él mismo inspirada en la famosa escalera de la muerte, 190 peldaños que los prisioneros eran obligados a subir cargando bloques de piedra de hasta cincuenta kilogramos, « muchos de ellos murieron desplomados de agotamiento », señala Ortiz.
También interpretaba « El Emigrante », de Juanito Valderrama, un tema que su padre « cantaba mucho » en memoria de España; una suite judía de tres piezas y una yidish; otra composición suya sobre las Trece Rosas, « Que no se borre mi nombre »; un homenaje a los poetas Lorca, Machado y Hernández, y para finalizar tres obras simbólicas de la resistencia: « La lista de Schlinder », « El Cant dels Ocells” y cerraba con « Bella Ciao ».

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