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Guadalajara reconstruye la memoria de los ‘niños de la guerra’
“Una mañana me desperté con mucho calor en los pies, no veía más que llamas a mi alrededor y salí corriendo asustada hasta que caí por un agujero”. Éste es el testimonio de María Teresa Palacio, una de las ‘niñas de la guerra’ que, a los siete años de edad, se vio forzada a marchar al exilio por el avance imparable de la Guerra Civil en 1937.
Dejaba atrás a su madre Isabel, que la había criado sola hasta entonces, a camino entre Madrid y Sotodosos, un pueblecito de la provincia de Guadalajara de donde procedía su familia materna. Hoy, 81 años después de aquella inolvidable experiencia, María Teresa, a sus 88 años, comparte feliz su historia desde Guadalajara con eldiarioclm.es. La acompaña su hija Rosa García, que plasmó su azarosa biografía, a modo de homenaje a su madre en el libro ‘Los baches del camino’.
La historia de supervivencia de María Teresa arranca en la inclusa de Guadalajara, desde donde partió camino de Cataluña en julio de 1937, cuando la ofensiva de las tropas fascistas había bombardeado la ciudad alcarreña, por segunda vez, destruyendo el internado en el que vivían los pequeños. Entonces, el Gobierno republicano organizó cuatro expediciones, entre 1937 y 1938, con el objetivo de evacuar a los niños del peligro que entrañaba el enfrentamiento civil. “Recuerdo que fue un viaje larguísimo en diez camiones y muchos compañeros murieron por el alcance de las bombas de la aviación nacional”, explica Palacio.
Después de semanas de viaje, hambre y miedo, la expedición llegó a Barcelona y Terrasa, ciudades donde los niños permanecieron varios meses en distintos orfanatos hasta que prosiguieron la ruta hacia los campamentos de acogida en Francia. “En Catalunya no lo pasé mal, aunque cogí el sarampión, me cortaron el pelo y solo comíamos cuando venían los militares a la inclusa. Sufrimos hambre, pero había una mujer buena que nos alimentaba con patatas”, relata María Teresa.
Uno de los periodos más delicados del exilio para esta niña de ocho años transcurrió a su llegada al campamento, ubicado al sur de Francia, cerca de la frontera con España. Según cuenta la protagonista, “estaba herida en la cabeza, padecía del estómago y no podía comer”.
Entonces, el destino de María Teresa dio un vuelco inesperado, cuando conoció a su familia de acogida; un hecho que la alejó del grupo de compañeros de evacuación: “Mi mamá Berta, que trabajaba en el campamento de voluntaria, me regaló chocolate para que lo compartiera con los amigos, pero tenía tanta hambre que me lo comí todo”. A partir de ese primer contacto, la convivencia con sus padres franceses en la localidad de Bagnères de Bigorre, en la región gala de los Altos Pirineos, marcó un punto de inflexión en la vida de María Teresa hasta que finalizó la II Guerra Mundial. “Crecí feliz junto a mis padres, aprendí francés en el colegio, viajé a París y disfruté de todas las comodidades”. Un tiempo que le sirvió a María Teresa para recuperarse de las heridas de la guerra y recuperar su infancia, lejos de la guerra fratricida, que fracturó tantas familias. A pesar de todo, el recuerdo de su madre Isabel permaneció vivo, gracias a lo que le contaba de ella su madre adoptiva.
A mediados de los años 40, Berta y su marido, un excombatiente de la I Guerra Mundial, deciden adoptar a la niña Teresa. Al mismo tiempo, desde España, su madre Isabel, angustiada, porque pensaba que su hija había muerto, averigua que fue una de las niñas desplazadas a Francia y lucha por encontrarla para que vuelva a casa. “Berta ofrece a mi abuela Isabel y a su familia instalarse en Francia para reencontrarse con su hija, pero mi abuela se negó y consiguió traer a su niña de vuelta”, explica Rosa García.
El retorno de María Teresa a España con 16 años se convirtió en la etapa más dura del exilio. Pasaba de vivir en un país desarrollado y próspero a otro, inmerso en las penurias de posguerra. Esa etapa conmocionó a María Teresa por la miseria que se vivía en el pueblo. “Llegué con sombrero, ropa y zapatos y en el pueblo no había ni luz, ni suelo ni baño. Tuve que trabajar en el campo y fue duro”. En estos años, María Teresa acudió también a la escuela para aprender a hablar y escribir español. Su madre era consciente de que la niña necesitaba educarse. Poco después, la escasez de la familia empujó a María Teresa a la independencia. En los años siguientes, María Teresa trabajó en Guadalajara sirviendo en una casa y bordando a mano para ganarse la vida, hasta que finalmente se instaló en Madrid, su ciudad natal. Allí comenzaba a construir su propia familia. Se casó con Eduardo, un albañil manchego, que combatió en el ejército rojo. “Deseaba tener una gran familia y estoy orgullosa de mis cinco niños, diez nietos y tres bisnietos”, concluye.
‘Los niños de la guerra’
El relato de María Teresa, Ángel, Araceli da voz al legado de los ‘Niños de la Guerra’, la historia de miles de pequeños españoles que vieron cómo su infancia se frenó en seco por culpa de la guerra y debieron emigrar a otros países para sobrevivir. El estallido de la Guerra Civil, en julio de 1936, trastorna la vida política y social de España. También la educación y la infancia. Es el fenómeno que la profesora e investigadora de la Universidad de Alcalá, Verónica Sierra, denomina como ‘socialización bélica’: “Las guerras contemporáneas se caracterizaron por ser totales, implicaron a toda la población, de tal forma que la sociedad y la economía giraban alrededor del conflicto. A los niños se les involucró en la guerra, a través de su adoctrinamiento ideológico en la escuela y mediante la literatura y los juegos”.
En este contexto histórico, el enfrentamiento bélico convirtió a los niños en sujetos activos de la guerra. Sin embargo, a medida que avanzaba el conflicto, “la elevada mortalidad, la falta de higiene, las enfermedades y el hambre llevaron al Gobierno de la República a organizar la evacuación de los menores para salvaguardarles del peligro de los bombardeos”, explica Verónica Sierra a este digital.
La evacuación de los niños se planificó en dos fases. La primera de ella se desarrolló entre 1936 y 1939 hasta la caída de Cataluña. Durante este periodo, las autoridades desplazaron a los menores a las colonias escolares situadas en Levante, para sortear los efectos devastadores del conflicto. A pesar de que la evacuación se inició con celeridad, la guerra provocó la muerte de 140.000 niños. La Guerra Civil se saldó con medio millón de víctimas.
El avance del bando sublevado hacia el este del país provoca que no se pueda garantizar la seguridad de los menores desplazados a Valencia y Cataluña. Es el momento en el que arranca la internacionalización de las cuatro expediciones de los ‘niños de la guerra’, que, desde mediados de 1937 hasta finales de 1938, condujeron a 2.895 niños al exilio en la Unión Soviética. “Algunos países como Francia, Inglaterra, Bélgica, Méjico y Rusia que decidieron no intervenir en la guerra española, respondieron al llamamiento de acogida a la infancia que realizó el Gobierno y se hicieron cargo del cuidado y educación de miles de niños, después de que Alemania e Italia apoyaran a Franco en la contienda”, afirma Sierra.
El exilio de los niños a la URSS se desarrolló de una forma diferente a las evacuaciones a otros países europeos. Rusia, núcleo del comunismo, se convirtió, en la mayoría de los casos, en un “exilio sin retorno, porque nadie esperaba que la República perdiera la guerra y que estallase luego la II Guerra Mundial”, asevera la investigadora. La vida cotidiana de estos infantes se desenvolvió “con un trato privilegiado” en las dieciséis ‘Dietsky Dom’ o Casas de niños, repartidos por toda la Federación Rusa hasta los primeros años la Segunda Guerra Mundial.
Los propios niños relataban en la correspondencia que enviaban a sus familias que “aquí estamos como en jauja. Comemos cuatro veces al día, nos levantamos de la cama, nos lavamos y vamos a almorzar. Nos suelen dar dos cachos de pan con mantequilla y otro con queso y una taza o un vaso de chocolate”. Además, entre las viandas de que disfrutaban se encontraba el caviar o “esas cosas negras que nos gustaban nada”. Laura García, una de las ‘niñas de la guerra’, mandó unas miguitas de pan blanco dentro de una carta dirigida a su madre en la que le explicaba cómo se sentía en su nuevo hogar. Durante este tiempo, el Gobierno soviético creó ‘un microclima’ en estas casas de acogida, que marcó la instrucción que recibieron estos niños, siempre vinculada a su origen. De este modo, la educación incluía el estudio de la cultura española, la lectura del Quijote o el aprendizaje de los bailes folklóricos.
La invasión de la Unión Soviética por el ejército de Hitler, a finales de 1941, supuso un cambio radical en el devenir de estos pequeños. “Algunos niños se vieron envueltos en una arriesgada evacuación a lugares lejanos como Siberia, mientras que los mayores combatieron en el frente o en la retaguardia de la guerra, como forma de recoger el testigo de sus padres en la lucha contra el fascismo”, asegura Sierra.
Al término del conflicto mundial, en 1945, la suerte que corrieron estos niños fue dispar. Se estima que setenta murieron en el frente de la guerra. Otros perecieron por el hambre y el frio en la retaguardia; mientras que otros tantos fueron depurados por Stalin en Gulags o retornados forzosamente a España. A partir de este momento, su destino se desliga y cada uno se esfuerza por sobrevivir y formar su propia familia.
En 1953, la muerte de Stalin abre la primera puerta al regreso a España, una vez que las relaciones diplomáticas entre ambos países se normalizaron. Durante los años 60 y 70, muchos ‘niños rusos’ consiguieron volver en expediciones a un país, que ya no reconocían como el de su infancia. “Muchos niños fueron perseguidos, encarcelados y rechazados por sus familias; no se reconocieron sus matrimonios civiles ni estudios, explica la investigadora. Como consecuencia, muchos volvieron a Rusia. Otros regresaron, ya jubilados, en los años ochenta a algunos países como España o Méjico. En torno a un centenar de ‘niños de la guerra’ viven hoy para relatar su historia de exilio a las nuevas generaciones.
La exposición
‘Entre España y Rusia, recuperando la historia de los Niños de la Guerra’ es la muestra que exhibe actualmente el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara sobre el exilio ruso de estos menores, que huyeron de la barbarie de la Guerra Civil. Esta exposición histórica hunde su origen en la publicación de ‘Palabras huérfanas’, los niños y la Guerra Civil’, el libro escrito por la historiadora Verónica Sierra, en 2009, que compendia multitud de documentos personales de niños, soldados y presos, que sufrieron el conflicto civil en primera persona, entre 1936 y 1939.
Este proyecto cultural, subvencionado por el Ministerio de la Presidencia y en el que colaboran la Junta, el Archivo Histórico de Guadalajara (AHPG) y la Universidad de Alcalá, llega por vez primera a Guadalajara, después de haber recorrido más de 50 ciudades españolas y francesas desde 2012. El objetivo de la muestra es “recuperar una época de nuestra historia, a través de un fondo documental desconocido hasta ahora que da a conocer al público las evacuaciones de niños guadalajareños durante la Guerra Civil a Cataluña y Rusia”, explica a eldiarioclm.es Rafael De Lucas, director del Archivo Histórico de Guadalajara.
Entre el material inédito que aporta el AHPG a esta exposición destacan documentos administrativos de la inclusa de Guadalajara, registros de los niños que partieron al exilio, organizados por los pueblos de origen; telegramas o cartas familiares que “recogen el sufrimiento, las emociones y frustraciones de los padres y los niños que, ahora damos a conocer al público”, matiza De Lucas. Una serie de 40 fotos y unos 2.000 folios en los que se narra la vida cotidiana de los ‘niños de la guerra’ durante su estancia en las casas de acogida en Cataluña y Rusia, a finales de los años 30. La muestra se completa también con objetos personales de los protagonistas como juguetes de época o las maletas que acompañaron a los pequeños en su viaje.
La exposición se organiza en seis paneles que siguen la evolución de los ‘niños rusos’, en paralelo al contexto bélico de la Guerra Civil y II Guerra Mundial (1939-1945), cuando los pequeños vivían ya en internados de Rusia. En los primeros dos paneles ‘Guerra e infancia’ y ‘De la evacuación al exilio’ se describe con imágenes y textos cómo el estallido del conflicto civil condicionó la existencia de estos niños, que dejaron de jugar para participar de la realidad bélica que les rodeaba. Además se explica la planificación de las cuatro evacuaciones con las que el Gobierno republicano alejó a estos menores del horror de las bombas y de la pobreza.
A continuación, a través del tercer panel ‘Una patria, mil destinos’ y del cuarto ‘De Españoles a rusos. Vida Cotidiana, educación y política’, se informa al visitante de cómo se desarrolló el exilio internacional de los niños, su acogida y educación en los centros rusos, su nuevo hogar. Finalmente, los expositores quinto ‘Entre dos guerras’ y sexto ‘Retornos y memorias’ relatan la vivencia de estos pequeños al tener que sufrir un segundo exilio, propiciado por la invasión de la URSS por los nazis y el retorno a España, a partir de los años 60, cuando se reestablecieron las relaciones diplomáticas entre Madrid y Moscú.
Al acto de inauguración, celebrado en la sede del AHPG el 6 de febrero asistieron el Delegado de la Junta en Guadalajara, Alberto Rojo, además de otras personalidades como el Embajador de Rusia en España; diversos políticos de Guadalajara, representantes de la universidad de Alcalá y el director de la UNED en Guadalajara, Jesús De Andrés. Las conferencias a cerca del exilio y el retorno de los Niños de la Guerra estuvieron conducidas por la Comisaria de la exposición, Verónica Sierra y la profesora de la UNED, Alicia Alted.
La muestra, que permanecerá abierta hasta el próximo 10 de abril en la sede del Archivo Histórico provincial de Guadalajara, se acompañará de una mesa redonda, moderada por Xulio y Pedro García Bilbao, representantes del Foro por la Memoria de Guadalajara. El coloquio contará con el testimonio de los niños de la guerra, localizados, a través de los fondos del archivo y de las bases de datos, que forman parte de la investigación desarrollada por los hermanos García Bilbao sobre los represaliados del franquismo en Guadalajara. Xulio García, destaca la dificultad de identificar a los ‘niños de la guerra’, a través del análisis de las sentencias de los represaliados de la dictadura, “porque estas sentencias eran personales y no aportaban información sobre los cónyuges o familiares de estos niños evacuados”.
Las visitas guiadas para escolares, la proyección del documental ‘El último maestro ruso’ en marzo y una conferencia sobre las memorias de los ‘niños de Rusia’, en abril, cerrarán este ciclo expositivo.